Relato pedagógico: Jugar sin resfríos.

Durante toda mi adolescencia usé un blog a modo de diario íntimo en el que registraba experiencias lindas y no tan lindas que me sucedían. Escribir era mi momento favorito, volcaba sentimientos en un montón de palabras que me permitían liberarme y externalizar lo vivido. Con el tiempo esa práctica la fui dejando un poco de lado, ahora escribo notas sueltas muy de vez en cuando que guardo para mi, que leo y releo y ciertas veces me doy cuenta del crecimiento personal que voy atravesando.

Al enterarme que teníamos que realizar un relato pedagógico tuve sentimientos encontrados: por un lado me sentí cómoda por el hecho de tener que escribir, una tarea que disfruto y me hace sentir bien, y por el otro sentí un poco de, lo que María Laura Gatti llama “el síndrome de la hoja en blanco”. Llevo seis años trabajando como niñera y cada uno de los niños a los que acompañé en su crianza dejaron huella en mí, me es difícil elegir un relato entre tantos tan significativos, pero para esta ocasión decidí hablar (o más bien escribir) sobre Martín.

Martín es el primer niño al que tuve el privilegio de cuidar. Cuidar, acompañar, jugar y sobre todo aprender. Llegué a él porque sus padres son amigos de mi tía, en ese entonces yo me encontraba buscando un trabajo y ellos alguien que pueda estar presente mientras trabajaban. Me hicieron una especie de entrevista telefónica en la que me comentaron sobre él, en ese entonces tenía tres años y un diagnóstico reciente de principio de autismo, yo no solo no contaba con experiencia como niñera sino que mucho menos me sentía capacitada para acompañar pedagógicamente a un niño con esa condición. Los padres muy amablemente me explicaron que no necesitaba más que una cuidadora que le transmita paz y seguridad, que iba a estar bien y seguramente Martín se llevaría muy bien conmigo. Llegué el primer día y así fue, logramos conectar enseguida, él era un niño muy activo y con muchas ganas de jugar, él me dió las ganas de seguirle el ritmo y me enseñó a ser la niñera que necesitaba. Con el tiempo nuestra relación se fue afianzando cada vez más, logramos tener una rutina, yo llegaba y jugábamos a algún juego cognitivo (generalmente eran rompecabezas o memotests), luego a alguno que requería de mayor destreza como las escondidas o la mancha, merendábamos y antes de irme nos poníamos a dibujar. Todo lo hacíamos de a dos. Cada tanto me regalaba sus abrazos super intensos que me llenaban de amor y fuerzas.

Recuerdo una semana en la que él se encontraba resfriado y el padre me pidió que intente darle un jarabe para la tos. Algo que no resultó ningún pedido mayor para mi así que aproveché la hora de la merienda para poder dárselo sin ningún tipo de problemas. Uno de esos días la madre llegó de su trabajo y al notar que el jarabe estaba sobre la mesa me preguntó muy sorprendida si ya lo había tomado y cómo había hecho para conseguir hacerlo ya que con ellos se resistía mucho, le comenté que simplemente al llegar la merienda adoptamos la rutina de darle el medicamento, a veces costaba más y a veces menos pero nunca dejaba de hacerlo, de alguna manera logré que Martín entendiera que si no lo tomaba no iba a poder sentirse bien y se le iba a dificultar seguir jugando con tanto resfrío, que era por su bien. Exactamente lo mismo que le dijeron sus padres pero que, por alguna razón, conmigo resultaba más simple. Ese día pude entender realmente que mi trabajo estaba siendo bien logrado, que el miedo que sentí al comenzar a trabajar se había ido y solo quedaban sentimientos de afecto y, por qué no, un poco de alivio. Muchas veces me han dicho que se nota que "tengo mucha paciencia con lo/as niño/as", creo que más que paciencia es comprensión. Cuando noté que Martín tomaba el jarabe conmigo sin problemas comprendí que no fue por paciencia sino que supe entender y esperar el momento oportuno para que lo haga, muchas cosas pasaron por mi cabeza en ese momento y hasta sentí un poco de orgullo de ser quien ayudara a Martín a recuperarse de su resfrío.

Este recuerdo desbloqueado me lleva directamente al relato de Santos Guerra en el que habla sobre La pedagogía del moco de Alfredo Hoyuelos Planillo y quiero citar y hacer una analogía con el momento en el que le daba la medicación a Martín, el autor cuenta que “hay que sonar con cuidado, sin brusquedad, sin violencia y si es posible con ternura. Si lo hacemos bien una y otra vez el niño acabará por ofrecernos su nariz para que limpiemos los mocos y le dejemos respirar mejor, el niño se dará cuenta que quien está a su lado es una persona que le respeta y le quiere y por eso lo ayuda.” Tal como me sucedió, las primeras veces tomando su jarabe no fueron las más gratas pero con el tiempo comprendió que gracias a eso se sentía mejor y que queríamos lo mejor para él.

Desde ese entonces supe que en mi vida quería estar rodeada de Martincitos que me enseñen día a día a ser mejor acompañante, docente y persona. 

Quiero destacar la importancia de que la familia esté presente activamente en todo momento, trabajé un año entero con ellos y es al día de hoy que el contacto sigue estando, hoy Martín tiene casi 10 años y va al colegio con su acompañante pedagógica, sigue con su ternura y su carisma intacta.

Verónica Kauffman habla sobre la importancia del trabajo en conjunto entre las familias y las instituciones. Ser docente no se reduce al mero acto de cumplir un horario y una rutina, nuestro deber es generar un vínculo afectivo que le otorgue confianza y seguridad al niño, tratarlos como los sujetos de derechos que son, guiarlos, acompañarlos y aprender de ellos a diario. Mi compromiso de ahora en más es ser la docente que todo/a niño/a merece.